Hubo una vez hace ya mucho tiempo, o tal vez poco, muy poco, porque se me nubla la memoria, un náufrago en el Desierto de arenas movedizas y frutos ocultos en una nube de insensata sequía. El altivo náufrago alzándose con las pocas fuerzas que le daban su sed de supervivencia y redención atisbó en la lejanía lo que parecía ser un oasis salvador con una sola, bella y esbelta Palmera.
Animado y haciendo examen de conciencia de sus disparatados y graves errores en la preparación y ejecución de la travesía del Desierto, que le habían dejado sin alimento, agua y combustible vital, se alzó con cierto júbilo irreal e incluso parecía que corría hacía el oasis.
Cuando llegó al oasis la Palmera todavía le pareció más alta, más hermosa y única en su especie. A pesar de su impaciente e imperativa sed se quedó contemplando extasiado a la Palmera, y no se fijó que lo que él buscaba, agua, era un manantial de un rojizo brebaje donde flotaban dulces frutas, dátiles del paraíso y ricos azúcares de los más hermosos cañaverales de todo el Desierto.
Cuando ya su sed era más imperiosa que la majestuosidad y hermosura de la Palmera si giró para saciar su necesidad vital. Entre asombrado, indeciso y deseoso de zambullirse en el rico manjar miró de nuevo a la fulgurante Palmera con mirada expectante e intrigada.
Pero no lo dudó y se zambulló en aquel rico manjar. Cuando saboreó aquel néctar impensable para él, se dio cuenta en seguida de su contenido y sabor celestial, y mirando con ojos amorosos le dijo a la Palmera:
-“Pero, ¿a las bellas y esbeltas Palmeras le gustan las sangrías para crecer junto a este oasis?“
A lo cual la Palmera simplemente y sabiamente le contestó: “A esta Palmera le gusta ese suave brebaje de la sangría porque nada hay mejor que lo mutante y lo nuevo. ¡No sabes, náufrago, lo que te has perdido por tu ignorancia y necedad sobre la necesidades de las Palmeras! ¡Podrías haberte saciado en un anterior oasis en lo que decías que estaban secos y pasaste por delante de ellos buscando otro y otro y otro más…! Ahora es tiempo de que continúes tu larga, penosa, dura y dolorosa marcha por el Desierto!
El náufrago, enamorado y lleno de lágrimas de amor, le exclamó a la Palmera: “¡Quiero otro oasis como este tuyo!“.